Dichosa felicidad

30.09.2021

La princesa que siempre desayuna perdices juguetea inapetente con las alitas braseadas. El sol acaricia sus mejillas de porcelana, los gorriones trinan mientras le trenzan el cabello.

-¡Estoy harta de tanta felicidad! -le dice a su príncipe azul, que está sentado frente a ella en el jardín.

-Amod-cito, ¿qué... ucede? -pregunta él, extrañado, con una perdiz en la boca.

-Quiero que me ocurra una desgracia.

Acto seguido la princesa se levanta, sube a la torre más alta del castillo y se precipita sin pestañear al vacío. Su delicado vestido se llena de aire en el vuelo, engordando por un instante su esbelta figura. Finalmente, cae boca bocabajo estrellándose contra la robusta mesa de arce, en la que hace escasos minutos presidía un desayuno de domingo con las ya dichas perdices, un timbal de tostadas besadas con mantequilla de burra y una jarra de porcelana rellena de zumo de uva recién exprimido. Los pajarillos huyen aterrados por el ruido de platos rotos y el grito femenil del príncipe. El príncipe azul mira el cuerpo asombrado; casi instantáneamente desvía la mirada al cielo y, al comprobar que el sol continúa brillando con la intensidad justa de una primavera dócil que retoza en un horizonte cerúleo libre de nubes, grita a voz en cuello hacia el castillo:

-¡Amorcito, no te lo vas a creer...! ¡Con el día que hace y están lloviendo princesas!

Karola Cosme